martes, 8 de octubre de 2013

El alcalde de Juárez y ella: sobreviviente de las balas (de los policías municipales de Julián Leyzaola)




El guarura bien cuadradote, de los que se creen bien chingones. La empuja. Le cierra el paso. Y ella se traga el terror que sabe a balas: de las autoridades. Teto Murguía (PRI) surge entre la multitud. Como si fuera una estrella de música norteña. El alcalde saliente de Juaritos sonríe a sus seguidores que le aclaman con cartelones: "Gracias por las despensas", "Teto te queremos". A unos pasitos de subirse al escenario del gimnasio del Colegio de Bachilleres para mostrar lo más chidote de los tres años de su gobierno.

Ella lo intenta: que él la vea, que le atienda un tantito. No quiere sus saludotes. Se apoya en un bastón: para poder caminar con una pierna que va perdiendo movilidad desde la noche del 24 de mayo en la que el alcalde inauguraba el monumento de la Equis para cambiar la imagen de violencia de Juárez y en la que surgió la realidad: casi la matan los policías municipales. No se inquieta ante el escolta. Está acostumbrada a lo peor: a las balas de las fuerzas de seguridad incrustadas en su matriz sintiendo cómo le era arrebatado el bebito que esperaba: no podrá tener más hijos.    http://juarezenlasombra.blogspot.com/2013/05/angel-damian-el-nino-que-no-nacio-o.html



María de los Angeles Morales siente que ahora es su última oportunidad para exigirle justicia a su alcalde,  el empresario Teto Murguía y a su suboordinado, Julián Leyzaola. En unas horas concluirán sus mandatos. Desenfunda su coraje y unas cartulinas de color naranja y blanco con las que denuncia el ataque que sufrió de los policías municipales dirigidos por Julián Leyzaola: el ex militar inhabilitado por ocho años para ejercer cargos públicos en el estado de Baja California. Las violaciones de derechos humanos mientras cumplía un cargo similar en Tijuana, le persiguen.

- "Si no baja esos cartelones, se los voy a quitar... y la voy a echar", le amenaza el guardaespaldas.

- "Ella es periodista", le increpa María de los Angeles mirándome.

 Y él me observa.

- Joven, una pregunta. ¿Por qué le va a retirar los cartelones?

No me contesta. Mi grabadora surge a un ladito de su rostro.

E insisto:

- Discúlpeme, me gustaría entender un poquito qué está pasando. Estoy viendo que hay varios cartelones a favor del alcalde ¿Sería tan amable de explicarme por qué va a quitar el único que le exige justicia? ¿por qué está empujando a la señora impedida? ¿está cometiendo algún delito, que yo desconozca?

Ni modo. No me contesta. Pero tampoco cumple con sus advertencias intimidatorias. Pero los guardaespaldas empiezan a rodearme también a mí.

Primero llega el gobernador, no alcanzo a preguntarle. Cuando está pasando el alcalde puedo deslizar mi brazo entre un guarura al que le supero en estatura y situar la grabadora sobre su bocaza:

- Señor alcalde, ¿me permite una pregunta?

- Sí, dígame, dice todo sonriente.

- Usted finaliza mañana su mandato, ¿cómo va a asegurar que se haga justicia en el caso de María de los Ángeles Morales baleada por los policías municipales el día de la inauguración de la Equis?

- No la escucho, no la escucho, no la escucho...

Y el Teto se me va a la carrerorota.

Me despido de María de los Ángeles, que se sienta enfrente del alcade, con sus cartulinas, pero a varios metros de distancia.

"Me da como enojo, coraje, impotencia, tristeza. Mucha tristeza porque siento que no van a hacer nada, que se va a quedar todo así, nada más", dice María de los Angeles, nacida en Irapuato, Guanajuato hace 30 años, que emigró a trabajar en una fábrica maquiladora a los 15 años de edad. 

"A los policías sólo los van a acusar por abuso de la autoridad, los altos mandos bloquearon todo. Por un momento me dio miedo (venir) pero me dije a ver si se atreven de hacerme algo aquí delante de toda la gente. Si algo me pasa, se lo responsabilizo a Teto (alcalde) y al Leyzaola (jefe policía)".





La música de la Sonora Skándalo suena en directo. Son tantos los integrantes que ocupan dos filas de las gradas en la parte superior del gimnasio donde están sentadas familias pobres, desde niños a abuelas. En el escenario, el alcalde con su equipo de gobierno y el gobernador César Duarte, entre otros mandatarios. Abajo, los invitados especiales, la mayoría hombres del mundo empresarial y políticos cercanos al PRI con traje y corbata. Están sentados como viven: en la profunda desigualdad social de esta ciudad de fábricas maquiladoras de capital extranjero donde sólo el 25.3 por ciento de la población no es pobre, según datos de El Colegio de la Frontera Norte (Colef).






El ambiente es de fiesta. Afuera del recinto, está la Banda Jerezana: una de las sorpresotas de la ceremonia de presentación del tercer informe de gobierno con un costo de más de 4.5 millones de pesos de fondos públicos, casi el doble que en el segundo de 2.9 millones.

Las luces se apagan. Y un vídeo de alta definición, como las pelis del cine, comienza a contar los logros de los últimos tres años de gobierno del alcalde Teto Murguía. Lo hace con música de acción, de intriga y éxito.
De las imágenes de horror y violencia se pasan a unas soñadas: donde Juárez se asemeja a la armoniosa Luxemburgo, pero sin el paisaje verde. En esta ciudad de desierto lo más verde en estos años han sido los uniformes de los soldados enviados por el ahora ex presidente Felipe Calderón en su llamada guerra con el narcotráfico que dejó a más de 10 mil 300 personas asesinadas en la impunidad.

En la mayor parte de la publicidad política se destaca la labor de la policía municipal de Julián Leyzaola, donde los agentes son "héroes a los que le debemos los juarenses la tranquilidad que hoy disfrutamos". Eso sí, no hay ninguna alusión a las desapariciones perpetradas por la policía, ni a sus asesinatos, violaciones y otros abusos a la población (joven y pobre). Tampoco, a que la relativa calma ha llegado porque un Cártel, el de Sinaloa, ha ganado la codiciada plaza de Juárez, del paso de las drogas que van llegando desde Colombia para sus consumidores en Estados Unidos.

Los aplausos se hacen interminables cuando Teto, el alcalde, aparece en unas imágenes repartiendo uno de los "400 mil pollos" entregados en Navidad "que llevaron esperanza" a los más pobres.
La política de limosna del PRI continúa con las "8 mil despensas de comida, cobijas para 125 mil personas, pista de hielo durante 45 días".
Cuando le llega el turno a una de las obras emblemáticas del alcalde, el monumento de la Equis -una idea de empresarios realizada con fondos públicos- se expone con detalle el significado del monumento y se obvia el costo total que hace unos meses se estimó que fue de más de 117 millones de pesos mexicanos.

El vídeo continúa y a veces es tan de ciencia ficción que es cuestionado hasta por los llamados acarreados: personas de bajos recursos que han sido llevadas en rutas hasta el informe con la promesa de que conocerían al alcalde, se divertirían con la música y comerían un refrigerio.

"Pues que vaya por mi casa. El drenaje sigue mal y ahí se juntan hierbas, animales. Nos duele la garganta, los drenajes son lo que tenemos problema en la colonia Kilómetro 20.  No más estamos agradecidos con él, pero a ver si un día alguien nos escucha y nos ayuda", dice Juana Angélica Chávez, una trabajadora de una maquila, de 41 años.

También disiente Jorge Carrillo de los logros que el alcalde está mostrando en su tercer informe. A pesar de que se confiesa votante del PRI desde hace diez años, este chófer de ruta asegura que en las calles de su colonia no hay pavimento, sino "terracería" (arena del desierto). Y continúa la mayor parte del informe diciendo  "no es cierto" a cada uno de los llamados éxitos de Teto.



Para cuando comienza con su discurso el alcalde -acompañado de tambores de adolescentes que lanzan porras- la mitad de las gradas están vacías. El ambiente se asemeja al de una función de lucha libre, donde se pelean los aplausos, los gritos. Después, el gobernador. Fin del tercer informe, del gobierno municipal de Teto Murguía. Y los que aún quedan en las gradas superiores salen en estampida a por la última recompensa de la noche: los hot dogs y sodas.




Filas interminables de familias enteras. Huele a comida, gratis. La música de la banda Jerezana suena, pero pocos se animan a bailarla. Primero, a comer. Y los casi veinte integrantes, interpretando sus éxitos, con trajes bien coloridos. A las 11 de la noche, comenzarán a salir las rutas especiales de regreso a sus hogares en una ciudad con un pésimo y casi inexistente transporte público. Muchas de las familias me comentan que perdieron de nuevo todas sus pertenencias por unas horas de lluvia durante tres días: en una ciudad donde tampoco este alcalde ha considerado que es una prioridad tener drenaje pluvial: es mejor que se inunden en las zonas más pobres y después, darles cobijas (y tomarse la foto).




Para entender por qué estas personas tan olvidadas por las autoridades son capaces de hacer presencia en un acto político y estar ovacionando al alcalde,  hay que escuchar al señor Carrillo: "es irse uno a distraer, casi uno no sale de la casa".




Los estacionamientos están llenos: de ruteras. La mayoría de los asistentes han sido acarreados por la secretaría de Desarrollo Social del municipio. Son pasadas las nueve y cuarenta de la noche y me encaramo en mi carro. Unos dos minutos después, nada más llegar a la Avenida Tecnológico me doy cuenta que hay dos trocas que están detrás de mí.  Con sus luces y sirenas. Pienso que son agentes de tránsito y pienso que debería detenerme, pero no sé en dónde.

La troca de atrás casi me choca y no me deja ir ni para la izquierda ni para la derecha. Se mueve al mismo ritmo que yo, que intento salirme de la carretera. Y en esto, la otra troca me intenta rebasar y se pone al lado de mi copiloto, sin rebasarme, acompañándome en el camino. Y veo que son dos unidades de la policía municipal. A la altura del centro Comercial Soriana San Lorenzo puedo ya salirme. La señora que atiende el estacionamiento, ya casi vacío, me pregunta qué onda, qué pasó, si estoy bien. "Estos polis manejan de la patodota", le digo.  Quiero pensar en eso. Se percina y me da las buenas noches. Nos despedimos con una sonrisa tímida.