sábado, 21 de enero de 2012

Marisela Escobedo, asesinada como su hija Rubí, ya tiene un corrido (pero no justicia)
















Llegó el primer aniversario del asesinato impune de Marisela, la mamá de Rubí, y él decidió convertir su coraje y rabia en letra y música. Sus dos hijos acordaron que él (por seguridad) no la iba a interpretar sino ellos, y su esposa se convirtió en su productora: le guiaba en las estrofas para que no afectaran la sensibilidad de la familia de Marisela. También, en las fotos que escogían para una presentación multimedia.

Así comenzó el corrido para Marisela Escobedo. Desde San Diego (California) hasta Juaritos, México: el que les duele desde la distancia de haber tenido que emigrar y que cada vez, lo reconocen menos.

Félix nació en el estado de Nayarit hace 55 años en una comunidad campesina indígena Cora. Para poder llegar a los Estados Unidos pasó por túneles oscuros, agua y lodo. También, en un remolque con otras 25 personas donde pensó morir. Trabajó piscando fresa, lavando platos restaurantes, aprendió inglés y pudo tener su taller automotriz. Desde que se jubiló hace un año de su chamba, compone corridos: es su manera de expresar su inconformidad, su dolor.

"Siento desánimo por México, me repugna la política de los partidos oficiales que han llevado a México a la ruina. Siento coraje por los niveles de barbarie, un México convertido en un cementerio de frontera a frontera. Acá los gringos han sido inteligentes y para acá todos los millones que deja el narcotráfico no ve ese tipo de violencia", me comenta Félix vía telefónica.

Y él, con su familia, sabe transmitirlo en un corrido para Marisela Escobedo, a la que nunca conoció en persona, pero lloró con su asesinato el 16 de diciembre del 2010 delante del Palacio de Gobierno del estado de Chihuahua. Ella exigía justicia, que el asesino de su hija Rubí, de 16 años, fuera a la cárcel. Pero sólo hay más injusticia, asesinatos impunes, desapariciones y corrupción como señala el corrido:

martes, 17 de enero de 2012

Identificar prendas de cadáveres: para saber si son las de tu hija desaparecida



















Un carrito metálico con ropa sucia: detrás de un vidrio. Quince minutos de pantalones azules de mezclilla, tanga roja y bolsa beis. Tenis de rallitas azules, dos sostenes. Lápiz de ojos. Perfume color rojo: olor a muerto.

Ella se acerca: con temor. Suspira: no son de su hija. Otro carrito: tampoco.

Se levantó antes del amanecer: sin haber dormido. Había tomado la decisión: ir a identificar prendas de dos mujeres asesinadas que quizá puedan ser las de su hija: desaparecida hace seis meses en la zona centro de Ciudad Juárez. Ahora se enfrenta a encontrarla en el Servicio Médico Forense (Semefo) o seguir buscándola.

"A veces hay momentos que digo que para descansar de este dolor, de esta angustia, de pensar que la están tratando mal, haciendo sufrir.... pero yo le pido a Dios que no sea mía", me comenta Lucy, mamá de Nancy Navarro que desapareció el 13 de julio del 2011 a los 18 años de edad.

Tomó los 48 pesos que había apartado del mandado para poder tomar las ruteras que le llevarían hasta su objetivo, a unos 15 minutos en carro de su casita, a unas dos horas en ese transporte público que casi no existe en Juaritos.

Entró al Semefo: donde "huele feo". Le acompaña otra madre de una joven desaparecida y un padre de otra muchachita. Van a averiguar lo que no quieren o lo que sí: cuando el dolor de la espera comienza a matarlos, poco a poco.

Con ellos, tres psicólogos para "prepararlos" para enfrentarse a la identificación de los cadáveres: les dicen (rapidito) que el ver una prenda que sea de sus hijas no quiere decir que sean sus hijas.

El carrito pasa. Detrás del vidrio. Se repite la acción. Las prendas no son de sus hijas. Comienza la reflexión que duele: "no puedo creer que esté viviendo esto, que tenga que andar en eso por el simple hecho que no las busquen".

Al finalizar el proceso de identificación, los psicólogos le recomiendan que con sus manos se haga una limpia de la cabeza a los pies para "quitar la mala vibra".

De nuevo, la rutera: el regreso a la casita. A la espera que mata. Observa que en la colonia donde vive están juntando despensa para los indígenas rarámuris en la Sierra Tarahumara, tras la negación de las autoridades de que se estén suicidando por no tener qué comer. Y Lucy colabora con la única bolsa de arroz que le quedaba, unos frijolitos y algo de avena. Comparte tras quedarse desempleada de una fábrica maquiladora porque piensa en su Nancita: "yo aquí con mi dolor de no saber dónde está mi hija, yo no sé si coma o no. Es muy feo no saber si la gente le da de comer".